¿Trolls, bots o activistas políticos en redes sociales? Si no da la cara ni su nombre real, sin duda es un troll y alguien le paga para atacarte. Este preconcepto es muy habitual entre aquellos políticos y mediáticos agredidos en redes sociales frente a cualquier postura que asuman en público.
Pero ¿qué tan cierta es esta afirmación, al punto de producir informes de una dudosa rigurosidad científica, y que acrecentó el mito de los supuestos trolls? Para responder esto, vayamos un tiempo atrás en la historia reciente del activismo en redes.
Varios de los exponentes en Facebook que promovieron los "cacerolazos" en 2012 y 2013 utilizaban nombres de fantasía para preservar su identidad, principalmente por temor a represalias del gobierno de turno y que algunos sufrimos por no cuidarnos.
Twitter llegó a imponerse un par de años después y comenzó a tener impronta mediática a fines de 2014, manteniendo los usuarios aquellas mismas sensibilidades que los "viejos activistas" de Facebook.
Prosiguió la costumbre de abrir cuentas con nombres ficticios, a modo de resguardar la identidad. No resultaban nada buenos el escrache y la persecución que, por ejemplo, realizaba la AFIP a los opositores del gobierno kirchnerista, y que veíamos sufrir a muchos de manera constante.
Hoy en día, las reglas que imperan en las redes sociales son muy distintas. Existen algoritmos utilizados por estas aplicaciones que localizan las cuentas automatizadas (bots) y las suspenden, o restringen la multiplicidad de ellas desde la validación telefónica de una cuenta, sin poder utilizar ese número para otra distinta, algo que era común en los comienzos de Facebook y Twitter.
Así fue que quedó instalado por los "históricos" proteger la identidad, como parte de un sistema de salvaguarda personal frente a la posibilidad cierta de ataques por parte de grupos políticos adversos.
Resguardar la actividad laboral y mantener a salvo la postura asumida en redes frente al grupo de amigos y la propia familia resultaron motivos suficientes para ampararse con un alter ego, a través de un nombre de fantasía.
Desde mi experiencia en redes puedo afirmar que las supuestas granjas de trolls en la Argentina forman parte de un mito que la mayoría de sus voceros difunden por malicioso interés o desconocimiento propio del "distrito digital".
Hay que decirlo claro: no resulta para nada necesaria una organización de trolls para difundir una idea, estimular un diálogo u organizar una acción desde las redes sociales. Para convertir un hashtag en tendencia y hacerlo visible en el universo Twitter se requiere el acuerdo de una cierta cantidad de personas en un horario específico y que todas ellas le den inicio a la acción.
La sinergia entre cantidad de tuits y frecuencia de tiempo hace la magia para llevarlo a los primeros lugares del trending topic, y ese hashtag será parte visible de esa red, traspasando hacia otras para convertirse, si es que esto ocurre, en un diálogo amplio de la coyuntura mediática social.
En mis inicios como militante político custodiábamos fuertemente los paredones del barrio para realizar pintadas partidarias de aquellos mensajes que queríamos transmitir, y lo defendíamos cuerpo a cuerpo de los militantes opositores que querían tapar esos mensajes con los suyos.
Hoy se hace exactamente lo mismo que antes en las redes sociales: en vez de buscar un paredón del barrio para pintar nuestra consigna, contamos con los muros de Facebook o una publicación multimedia en Twitter; compartir una reseña por grupos de WhatsApp o difundir una placa en Instagram, todo ello en una hora en particular para que esa idea se multiplique rápidamente entre los propios, con una mayor llegada que la obtenida sobre aquellos circunstanciales transeúntes, al observar los paredones del barrio que nos vio nacer.
La última marcha importante que surgió en las redes sociales fue el 21 de agosto pasado y tuvo como consignas el pedido de desafuero y allanamientos de las propiedades de la actual senadora Cristina Kirchner. La primera difusión se conoció seis días antes de la fecha señalada, y bastó que un grupo de activistas políticos, al igual que los viejos militantes del barrio, organizaran un hashtag y lo tuitearan en una hora en particular para que explotara mediáticamente.
Para desarrollar esta acción tan solo necesitaron de una idea, varias voluntades que se sumaron con sus cuentas en redes sociales y la organización y el consenso de un horario para llevarla a cabo.
Fue tal la indignación popular ante el blindaje político que tenía la expresidenta en el Senado que apenas salió la convocatoria se viralizó enormemente por las redes, a la cual me sumé como un promotor más, acordando con las consignas que luego manifestamos con éxito el 21A. A fines de octubre, a través de una acordada, la Cámara Nacional Electoral solicitó la colaboración del Centro de Información Judicial (CIJ) de la Corte Suprema para poner en marcha una campaña de concientización y formación cívica "para el buen manejo ciudadano de la información política electoral en redes sociales y otros entornos digitales".
Resulta importante este pedido para derribar los mitos que hoy imperan sobre el activismo político en redes y fomentar la transparencia de todos los integrantes del sistema partidario en el que defino como "el distrito digital". Si cada partido a través del incentivo de buenas prácticas puede contener la acción política de sus agrupaciones y activistas en redes, el entorno digital será más amigable y al mismo tiempo se marginarán las agresiones de aquellos personajes violentos y mal llamados trolls, que se mantienen como estilo espantoso de cibercomunicación.
Generar estos consensos traerá luz y sentido sobre las nuevas formas de participación ciudadana y establecerá parámetros de convivencia civilizados, tan necesarios de cara a las próximas y futuras elecciones. Hago votos para que así resulte.
Miembro del Club Político Argentino
Link de la nota en La Nación:
https://www.lanacion.com.ar/2216496-por-una-convivencia-politica-civilizada-en-las-redes